Comentario
Entre las detalladas disposiciones que contiene el contrato firmado por Huguet con los cónsules de la cofradía de los curtidores, se establecen las bases para que los clientes puedan ejercer un estricto control de todo el proceso de realización del retablo dedicado a san Agustin. Según éstas, el pintor se veía obligado a someter a juicio de los cónsules los dibujos de las escenas que habían de formar parte de la obra, ya que sólo con su aprobación, o la introducción de las modificaciones sugeridas, podría pasar a pintarlas. La medida -que también se verificó en otros retablos ejecutados por Huguet, como por ejemplo el de san Esteban-, permite deducir, en primer lugar, que el resultado final de la obra ha de considerarse producto tanto de la actividad del pintor y su taller como de los propios clientes, los cuales a través de su continua supervisión podían imponer sus criterios estéticos al maestro. El decisivo papel de estos promotores y su influencia sobre las particularidades formales e iconográficas de la pintura huguetiana aún quedan más subrayadas si tenemos en cuenta que en la mayoría de ocasiones también eran ellos quienes dictaban las escenas que habían de representarse en las diferentes tablas.
En cualquier caso, la situación descrita también pone de relieve otro aspecto de capital importancia en el momento de considerar el desarrollo de las formas pictóricas: me refiero al carácter artesanal de la actividad de Huguet. El hecho de que en los contratos sólo se insista en la perfecta aplicación de los fondos dorados, las brillantes gamas cromáticas o los elementos ornamentales, no manifiesta únicamente cuáles eran las preferencias plásticas de los clientes sino también que éstos concebían el trabajo del pintor desde una perspectiva puramente manual. Esta consideración, que hoy puede parecernos peyorativa, resultó absolutamente normal a lo largo de la Edad Media y fue perfectamente asumida por pintores, escultores, míniaturistas y otros creadores plásticos.
Además, hay que tener en cuenta que el giro copernícano originado en el movimiento renacentista, con la afirmación de principios intelectuales en la actividad artística, no tuvo ningún eco en la Cataluña del siglo XV. Lo cierto es que el hecho de asumir una actitud semejante en un periodo de escasa tendencia hacia un naturalismo pictórico, vuelve a poner de relieve la falta de estímulos para una progresión del arte huguetiano, paulatinamente más artesanal a medida que avanza su carrera, en sus tendencias ornamentales y menos original en la creación de nuevos modelos compositivos y fórmulas expresivas pese a mantener una indudable calidad técnica. En definitiva, el perfecto artesano al servicio de la burguesía local predomina absolutamente sobre el excelente creador inquieto, aunque sólo fuera de manera indirecta, ante las propuestas de las grandes corrientes cuatrocentistas.
Por otro lado, la plena consciencia de la condición menestral de su oficio, condujo a Huguet a una activa participación en el gobierno y administración de la cofradía de los freneros, a la cual pertenecían los pintores. Ya aparece documentado en ella desde la década de los años 60, y sabemos que en diferentes ocasiones ocupó el cargo de máxima responsabilidad del colectivo, el de "prohom en cap" (1465, 1479, 1488), así como el de "obrer" o administrador (1472, 1476, 1485). Desde esta privilegiada posición, a la que debió acceder en gran parte por tratarse del pintor más afamado de la ciudad, nuestro personaje pudo demostrar incluso su adscripción a posiciones de talante progresista. Así sucedió en 1479, cuando subscribió la necesidad de una reforma del régimen electoral de la cofradía frente a la oposición de los sectores inmovilistas, defensores del mantenimiento de un sistema oligárquico. Pese al triunfo de los reformistas, cabe pensar que esto no transformó las directrices básicas, profundamente conservadoras, que desde tiempo atrás regían la vida y actividad profesional de los miembros del colectivo.
En concreto, los propios pintores barceloneses disponían, desde 1450, de una cierta organización gremial autónoma con unos estatutos que establecían un férreo control sobre la producción pictórica. Aunque sus tintes proteccionistas debieron favorecer el mantenimiento de una sólida clientela a maestros ya asentados en la ciudad como Huguet, constatamos que esta misma circunstancia junto al hecho de que los puestos de responsabilidad, encargados de definir los niveles de calidad artística, fueran ocupados en muchas ocasiones por pintores de segundo orden (dedicados a la realización de obras efímeras), en nada pudieron beneficiar la introducción de innovaciones formales e iconográficas que vivificaran el ambiente pictórico catalán de la segunda mitad del siglo XV (Yarza). Pese a las declaraciones grandilocuentes del gremio, que en 1519 incluso pretenderá reconocer en Zeuxis y Apeles a sus antepasados, se nos antoja que su existencia contribuyó decisivamente a una constante pérdida de valores y cualidades, de las cuales las últimas obras de Huguet y su taller pueden ser un claro reflejo.